ORIGENES
El creador de este encaste, que actualmente mantiene una
posición hegemónica en el mundo de los toros fue Juan Pedro Domecq y Díez, cuyo
padre también llamado Juan Pedro Domecq, había comprado en 1930 la ganadería del
Duque de Veragua procedente de pura Casta Vazqueña.
Juan Pedro Domecq adquirió a partir de 1937 varios lotes de vacas de Mora y
Figueroa (Tamarón) y del Conde de la Corte, que fueron seleccionadas en pureza,
mientras que las reses procedentes de Veragua eran paulatinamente eliminadas
mediante un cruce por absorción llevado a cabo con los sementales derivados de
Tamarón y del Conde de la Corte.
Los raceadores del hierro del Conde de la Corte fueron los
toros "Llorón", "Carabello", "Chucero" y "Bodeguero", mientras que los de la
ganadería de Mora Figueroa se llamaban "Chavetero" y "Noventa y uno".
La selección llevada a cabo por Juan Pedro Domecq y Díez estuvo
influida por las enseñanzas que recibió de Ramón Mora Figueroa y pretendió en
todo momento crear un tipo de toro al gusto de las figuras del toreo, pero que
al mismo tiempo tuviera interés para los aficionados. Por eso los toros de
Domecq han figurado a la cabeza de las ganaderías importantes entre las décadas
de los años cuarenta y los sesenta, lo que ha encumbrado al creador de este
encaste a una posición de reconocimiento entre los mejores ganaderos de la
historia del toro bravo.
A este fin contribuyeron decisivamente los sementales
"Amoroso", "Cachucho", "Jazminito", "Astifino", "Gusarapo", y "Espartero", que
consolidaron la ganadería durante varias décadas.
Posteriormente en los años setenta sufrieron una crisis
derivada de una alarmante falta de fuerza, pero a partir de los años ochenta
remontaron el bache y volvieron a situarse en primera línea, gracias a la
acertada labor selectiva llevada a cabo por Femando Domecq Solís, que se encargó
de dirigir la ganadería tras la desaparición de su padre.
Además, la familia Domecq ha mantenido siempre una política
comercial encaminada a la venta del mayor número posible de reproductores para
la creación de otras ganaderías, circunstancia que, unida a la devoción que
sienten los toreros por las reses de este encaste, ha logrado que en la
actualidad sea la línea ganadera más difundida.
Al día de hoy la procedencia Domecq se ha diversificado en
varios subtipos morfológicos, aunque sigue manteniendo una línea de
comportamiento para la lidia considerablemente uniforme y que dista mucho del
prototipo que en su día creara Juan Pedro Domecq y Díez. De hecho la
mayoría de las vacadas que derivan del encaste que él creó conservan sus mejores
características de nobleza y calidad en la embestida, pero han perdido la chispa
que caracterizaba a sus productos y buena parte de la emoción que eran capaces
de transmitir.
Sin lugar a dudas los toros de Domecq son hoy mucho más fáciles
para los toreros de lo que lo eran sus precursores de hace cuarenta años. La
selección ha aquilatado al máximo su calidad, ha menguado en la medida de lo
posible sus complicaciones y el resultado final es un tipo de ejemplares
idolatrados por los sectores profesionales del toreo y rechazados por lo
general, por los aficionados más exigentes.
EL PROTOTIPO DEL ENCASTE DE
DOMECQ
En esta cuestión Juan Pedro Domecq y Díez también fue un
adelantado a su época y fue el primer ganadero obsesionado por dotar a sus toros
de una morfología proporcionada que les permitiera mejorar su rendimiento, y
para ello siempre se decantó por la armonía de líneas, de forma que se le puede
considerar como el creador del "toro de diseño".
Pronto comprobó que los toros bajos de agujas y con el cuello
largo embestían mejor y con más frecuencia que los altos y de cuello corto, que
era necesario hacerlos cuesta abajo, es decir más bajos de cruz que de grupa,
proporcionar los cuartos delanteros y traseros de los ejemplares, afinarlos de
esqueleto y adecuarlos en la mayor medida posible para la lidia a la que debían
enfrentarse.
A la vista de su criterio no es una casualidad que en este
encaste aparezcan los ejemplares más bonitos y finos de tipo de cuantos derivan
de Parladé. Su prototipo morfológico es el de un toro de talla más bien pequeña
(brevilíneo), de peso inferior a la media de la raza (elipométrico), con perfil
recto o ligeramente acarnerado, muy bajo de agujas y fino de hueso.
La cabeza es fina, con la forma característica de trapecio
invertido, y los ojos muestran una expresión apacible. Las encornaduras aparecen
bien dispuestas, pero no son tan exageradas como en el resto de los toros de
esta rama. Por lo general alcanzan un desarrollo medio y son finas, predominando
los ejemplares bien armados, cornidelanteros y corniapretados. También se dan
brochos, capachos y veletos.
Su cuello es largo y descolgado, y la papada, característica de
todos los ejemplares oriundos de Parladé, aparece aquí notablemente reducida, lo
que contribuye a afinar la línea de estas reses. El morrillo aparece bien
desarrollado y prominente.
La línea dorso-lumbar es recta o ligeramente ensillada y la
ventral poco destacada. El pecho no es excesivamente ancho y la grupa resulta
con frecuencia angulosa y poco desarrollada, contribuyendo a su condición de
elipométricos.
La piel es fina y las extremidades tienen radios óseos finos,
son cortas, sobre todo las anteriores y con pezuñas pequeñas. La cola es larga,
fina y de borlón abundante.
Sus pintas características son negras, coloradas en toda su variedad cromática, castaiias, tostadas y, ocasionalmente, jaboneras y ensabanadas; estas últi mas aparecen por influencia de la casta Vazqueña. Entre los accidentales que acompañan estas capas destaca la presencia del listón, chorreado, girón, salpicado, burraco, gargantillo, ojo de perdiz, llorón o zarco, bociblanco, bocidorado, lombardo, albardado, aldinegro, bragado y meano, entre otros.
En la línea de Osborne, derivada de una de las primitivas
divisiones de la ganadería de Juan Pedro Domecq y en la que es más patente la
influencia de la sangre de Veragua, son muy característicos los pelajes
ensabanados, con accidentales propios corno el mosqueado, botinero y bocinegro,
así como los melocotones, acompañados por el clásico lavado o desteñido.
Los ejemplares derivados de la línea Marqués de Domecq se
caracterizan morfológicamente por su mayor desarrollo de defensas abundando los
toros cornalones. Asimismo tienen mayor capacidad torácica, pezuñas bastas,
mayor peso y alzada y menor finura de piel que el prototipo característico del
encaste.
La línea Marqués de Domecq se gestó paralelamente a la de Juan
Pedro Domecq y Díez. Fue la segunda ganadería de que dispuso la familia Mora
Figueroa, pero en esta ocasión utilizó en su formación una base del encaste de
Pedrajas, igualmente derivado de Parladé, sobre la cual emplearon sementales del
hierro del Conde de la Corte. Ya en poder de la familia Domecq se han llevado a
cabo en la ganadería numerosos refrescamientos de sangre, siempre con
reproductores del encaste Domecq, minimizando las diferencias que mantenían en
origen una y otra línea. En cualquier caso la diversificación tan grande que se
ha producido en el encaste de Domecq está dando lugar a la aparición de algunas
diferencias morfológicas, que ya se consideran como líneas diferentes y que en
un futuro no muy lejano pueden desembocar en la aparición de nuevos encastes,
todos ellos derivados de Domecq, pero cada uno con sus propias
características.
Así, en la actualidad las diferencias más acusadas se
encuentran en la línea del Marqués de Domecq, cuyos productos han sido
tradicionalmente de tipo más basto y más cornalones. También destacan estos
aspectos en la línea de Osborne, cuyos ejemplares tienen menor talla y exhiben
encornaduras más desarrolladas de lo común en el encaste de Domecq
Dentro de las ganaderías más destacadas de este encaste y que han marcado algunas diferencias morfológicas, los ejemplares son más bastos de tipo y de mayor desarrollo óseo en las líneas de Jandilla, Salvador Domecq y Algarra; más fi-nos de tipo en la del actual Juan Pedro Domecq, y más bajos de agujas y cortos de manos en la de Zalduendo.
LAS VACAS DEL ENCASTE DE DOMECQ
Las hembras del encaste Domecq son mucho más finas y armónicas
que cualquiera de las restantes derivadas de Parladé. Son vacas más bien
brevilíneas, bajas, proporcionadas y muy finas de piel y de cabos.
Su perfil cefálico es predominantemente recto y la cabeza tiene
una forma un poco alargada, aunque este aspecto se ve compensado por su habitual
anchura de sienes y de hocico, que son apreciablemente mayores de lo que suele
ser común en las hembras de la mayoría de los encastes. Los ojos son de tamaño
grande y la mirada por lo general resulta apacible y exenta de agresividad.
Por lo general aparecen bien armadas, con cuernos finos en la
base y en todo su trayecto, independientemente de su mayor o menor grado de
desarrollo. Predominan las encornaduras astiblancas y astisucias de coloración
que, según su trayecto, pueden ser acapachadas, corniapretadas, corniabiertas e
incluso veletas.
El cuello es largo y la papada muy poco desarrollada por lo
general. Son anchas de caja torácica, presentando la línea dorso-lumbar bastante
recta o con un grado de arqueamiento muy ligero. El vientre tiene una
prominencia discreta y la grupa constituye por lo común el punto más defectuoso
de su confomiación apareciendo angulosa, caída y pobre de desarrollo, incidiendo
en su condición de ~lipométricas.
Las ubres tienen un desarrollo discreto, las extremidades son
finas y ligeraLente cortas, contribuyendo a fijar su prototipo característico de
animal cerca de erra, y la cola es larga, no muy fina y de borlón abundante.
COMPORTAMIENTO DEL ENCASTE DE DOMECQ
El encaste de Domecq mantiene en la actualidad una posición de
dominio en el mundo de los toros. Es el más difundido y además continúa su
proceso de expansión dentro de la cabaña brava española y de los restantes
países donde existen ganaderías de lidia. Ello es debido fundamentalmente a la
regularidad que exhiben en su comportamiento en las plazas y al menor grado de
dificultad que su lidia plantea a los toreros.
Al día de hoy la demanda de un tipo determinado de toro por parte de los
aficionados es muy limitada. La mayor parte de los espectadores que acuden a las
plazas van a ver a los toreros más destacados del escalafón, sin importarles en
absoluto el animal al que estos tengan que enfrentarse y esta situación deja en
franquía a los diestros la elección del toro que lidian.
Como es lógico los toreros buscan el tipo de ejemplar que les
facilite en mayor medida el triunfo, pero que al mismo tiempo no les cree muchos
problemas y sobre todo no les imponga por su grado de casta y agresividad. En
definitiva, tratan de prescindir de lo que es la lidia tradicionalmente descrita
en los cánones de la tauromaquia, de la necesidad de dominar al toro como paso
previo a la creación de una belleza estética, para concentrarse directamente en
los aspectos artísticos.
Y para ello resulta necesario un tipo de toro que por encima de
cualquier otra característica sea un colaborador y no un enemigo del torero. Y
en esto, los ejemplares de Domecq se llevan la palma. Lejos ya aquellos tiempos
en los que el creador del encaste logró un tipo de toro bravo, encastado y
noble, pero que necesitaba la técnica de los buenos toreros para someter su
temperamento, los descendientes actuales han perdido bastantes grados de esa
bravura en estado puro y de esa casta que atesoraban hace unas décadas, mientras
han profundizado en el desarrollo de los aspectos cualitativos de la
embestida.
En la actualidad los toros de Domecq suelen cumplir
discretamente en el tercio de varas, que debe dosificarse con cuidado para
conseguir que no se agoten antes de llegar a la faena de muleta, ya que por lo
general no están sobrados de fuerza.
En el tercio final de la lidia es donde sacan a relucir sus mejores cualidades,
que son la nobleza, la fijeza, el ritmo, la docilidad, la suavidad, la facilidad
para humillar, la rectitud en la arrancada y hasta la capacidad para perdonar
los errores que puedan cometer los diestros, sin desarrollar sentido y sin
quedarse cortos a la hora de embestir.
Aunque hay individualidades que ofrecen un comportamiento más
encastado, transmiten mayor interés al espectador y rozan la perfección por la
calidad y profundidad de sus embestidas y por su duración, bastantes de ellos
son simplemente toros suaves y facilones, que van y vienen por el ruedo ayunos
de emoción y cuyos principales inconvenientes durante la lidia derivan de la
posibilidad de que les fallen las fuerzas y se derrumben, o que les abandone la
bravura en un momento determinado de la faena y escapen a buscar la defensa de
las tablas.
Este tipo de comportamiento se ha generalizado más en los
últimos tiempos, conforme se ha venido incrementando el número de vacadas de
este origen, de forma que muchos ganaderos han adquirido animales de mediocre
valor genético para utilizarlos como reproductores y posteriormente han vendido
a terceros desechos de estos, con la consiguiente degeneración de las cualidades
originarias del encaste.
A pesar de ello la media de los productos de este encaste sigue
destacando por su toreabilidad, que facilita en buena medida la labor de los
toreros y les permite confiarse más en la cara del toro.
Así, a la vista del actual panorama existente en el toreo los
ejemplares del encaste de Domecq están llamados a imponerse más aún, ya que
constituyen el prototipo del toro comercial por excelencia, eso sí con el
inconveniente de su flojedad, que si no se remedia parece el único obstáculo
para lograr dicho objetivo.
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